Textos y poemas en pandemia
- Betina Bensignor
- 17 ene 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 21 abr 2021
Cuarentena en la pantalla I
Antes hablábamos del cine, el único lugar donde había una pantalla. Ver a Dumbo en esa tela gigante era perderse volando en un cielo de orejas como nubes. Llorábamos pero también vivíamos como héroes en las historias que proyectaba cada domingo la linterna mágica.
Después llegó la tele, con su pantalla cuadrada gris y convexa, un vidrio que irradiaba imágenes aun estando apagado. Figuras fantasmagóricas de nosotros mismos contra ese espejo que reflejaba una nariz y unas pecas distorsionadas. Sombras chinescas de la fantasía. Casi tan divertido como cuando, encendida, proyectaba Los Supersónicos o Daktari. Las tardes interminables en familia y la pelea por no levantarse a cambiar de canal.
Ahora la pantalla a es casi parte de mi cuerpo, una extensión de mis ojos. El horizonte en mi domicilio. Ahora es la ventana hacia el afuera y la conexión con mis queridos. Los textos que comparto por skype con mis alumnos, las meditaciones, la música. El ritual diario de levantarme de la cama y prender la computadora antes de ir al baño y volver de la cocina con el desayuno en la mano. Ahora es plana y tiene vidrio mate, volvió a ser horizontal, como en el cine, pero me cuenta otras historias.
En casa tengo dos pantallas: la de la notebook, y la PC nueva que está en el escritorio: high definition, un avión. Todo se mueve más rápido y más nítido. Tiene la velocidad misma de mi pensamiento. La cuarentena borró las distancias, ahora mis alumnos más remotos están aliviados porque no viajan y no pierden tiempo buscando lugar para estacionar. Encienden su pantalla y ya están en clase, compartimos la misma película de palabras, cada uno frente a su vista. Todo muy técnico, muy práctico, todo muy cool.
Pero lo que no veo es lo que está fuera de la pantalla. No sé lo que hay detrás de sus miradas interrogantes antes de la pregunta, la espalda erguida o encorvada; y ese tono de voz, metálico, no me dice nada de su entusiasmo. Una charla con la cámara incorporada que, según el modelo que compraste, te mejora o empeora la imagen de tu cara, ensancha o achata todo el espacio de tu cuarto, el living o donde sea que estés dando la clase, y lo comprime en ese rectángulo que te está salvando la vida. Porque de no tener esa pantalla estarías como Tom Hanks en Náufrago hablándole, quien sabe, a la pelota. O a la licuadora.
Cuarentena en la pantalla II
Tótem
Quietud
fijeza máxima del gesto
congelado en los pixeles
rebeldes, anodinos
que congelan el rostro
en este diálogo de ciegos
que se miran
a partir del recuerdo
de haberse mirado.
Sinfonía de líneas
imágenes virtuales
sólo puntos digitales
que convergen
entre ceros y unos.
¿Cuántos unos necesita mi pantalla
para mostrarme de nuevo su risa?
¿Cuántos ceros lo delatan
y me dicen que está ausente?
Tenés todos los paisajes
los artistas
los héroes sanitarios
y los que deciden
que mi vida
ahora
es a través tuyo.
Tenés las series que no veo,
el disparador del deseo
la cercanía del lejano
la osadía del introvertido.
Tu democracia fisonómica
nos desdibuja
nos recorta en los pequeños cuadros
de una videoconferencia.
Y si es verdad que como humanos
nos define lo ambiguo,
en esa ambivalencia me escondo
porque de vos dependo
y no me animo
a decirte cuánto te odio.

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