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Lenguaje claro: escribir sin sarasa

Actualizado: 24 ene 2021

Escribir es una herramienta de comunicación. Empecemos por ahí.


Escribir leyes, prospectos, protocolos, instructivos, sentencias e indicaciones de uso son algunas de las oportunidades que tenemos para darnos a entender. Por supuesto, si es que nos interesa que quien nos lee nos entienda.


Para hacer catarsis, expresarnos con lirismo o demostrar quién tiene la verba más larga tenemos otras vías, como la terapia o la literatura. Pero cuando se trata de ofrecerle a otra persona una información de la que puede depender su vida o la suerte de una instancia crucial, es poco considerado hablarle desde una palestra en un lenguaje que da lo mismo sea castellano, si su nivel de complejidad hace ininteligible el mensaje.


Reza el refrán: "No basta con ser honesto, se debe también parecerlo". No basta con saber de una materia o ser especialista, se debe también poder transmitirla, parafraseo. De lo contrario, pecamos de soberbios, pero además también pecamos de inefectivos. Porque, ¿cuál puede ser el objetivo de una comunicación que no se entiende? ¿Cuál es el destino de un escrito que no pone al lector al centro, para que encuentre y use la información que está buscando? ¿Hay un “el dueño de las palabras”? Si lo hay, ¿quién es: el que escribe, el que lee? ¿Existe una democracia del lenguaje, o en todo caso, podría haber una igualdad que nos ponga en paridad frente al hecho comunicativo?


La normativa internacional Lenguaje claro responde a estas preguntas. Y responde también a otras que muchas veces ni siquiera nos formulamos a la hora de sentarnos a escribir. ¿A quién le escribo?, es la primera de ellas. ¿Qué necesita saber y para qué?, es otra de las tantas. Porque para un médico, dar cuenta del estado de un paciente en una historia clínica es una herramienta de trabajo, pero esa escritura está dirigida a sus colegas o a los órganos regulatorios. Se entienden entre ellos. Pero para su paciente, lo que dice su médico de cabecera es la verdad (o debiera serlo) sobre su estado de salud. ¿Quién es “el dueño de la información”, entonces? ¿Quién debería serlo?


Pensar en el otro, entender sus necesidades y también sus capacidades forma parte de las buenas prácticas de la escritura. Entender su punto de vista, aunque resulte pretencioso, también. Y sobre todo, dedicar el tiempo y la técnica que merece la redacción de un texto para que cumpla su cometido, su razón de ser. Es decir: satisfacer las necesidades del lector.







 
 
 

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©2021 by Betina Mariel Bensignor.

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